Por más que lo intento no puedo olvidar sus grandes ojos negros.
Aunque sé que ya nunca se fundirán de nuevo nuestras miradas, que su sonrisa no volverá jamás a despertar la mía y que sus besos son ya, tan sólo un recuerdo.
Ya no soy su confidente, el guardián de sus secretos, cómplice de sus noches de llanto y alcohol. Atrás quedaron los días en que cada mañana coqueteaba conmigo, mientras me susurraba, muy de cerca, palabras de amor y delirio.
El día en que cumplió cuarenta años, sus ojos revelaron, al fin, el odio que llevaba meses intuyendo tras su mirada. Fuera de si, lanzó un grito desesperado y un vaso de güisqui, que se rompió en mil pedazos y partió en dos mi alma.
Ahora sé que nunca me quiso como yo a ella.
Pero a pesar de todo, por más que lo intento, no puedo olvidar sus grandes ojos negros que durante un tiempo fueron toda mi vida. Esos ojos negros que ahora se clavan en mi, desfigurados, mientras me advierte con una mueca grotesca que de esta noche no pasa, que iré a parar a la basura, que le esperan siete largos años de mala suerte y que por eso, me odiará ya para siempre.